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El País y el Mundo

LOS SEGUNDOS DE CONFUSIÓN DEL CASO KENNEDY

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El veterano periodista Jack Bell, de la agencia AP, oyó en Dallas, desde el cuarto automóvil de la caravana presidencial, el sonido de tres cadenciosos disparos, ni uno más ni uno menos
El primer disparo vino desde arriba y desde la derecha, luego hubo un segundo disparo, inconfundiblemente de un fusil. Fue seguido en unos cinco segundos por un tercero
Sol Quintana Roo/Sol Yucatán/La Opinión de México

(Cinco de siete partes)

Ciudad de México.- Muchos adultos jóvenes no habían nacido cuando varios disparos de Lee Harvey Oswald sacrificaron al jefe de la Nación más poderosa del mundo y, como en México a partir del asesinato de Colosio, comenzó en Estados Unidos una carrera demencial en busca de los tesoros que arrojan las ventas editoriales.

Hasta la fecha se ha culpado en el vecino país del norte a espías rusos, castristas, anticastristas, homosexuales, militares, narcotraficantes, líderes sindicales, Ku Klux Klan, traficantes de armas, FBI, CIA, Lyndon Baynes Johnson, etcétera, como “autores intelectuales” del magnicidio.

En fin, cada quien puede perder su tiempo como le dé la gana. Pero, permítasenos orientar a quienes no habían llegado al mundo en 1963, 22 de noviembre, cuando el veterano periodista Jack Bell, de la agencia informativa Associated Press, oyó en Dallas, desde el cuarto automóvil de la caravana presidencial, el sonido de tres cadenciosos disparos, ni uno más ni uno menos.

El sonido del primer disparo vino desde “arriba y desde la derecha, luego hubo un segundo disparo, inconfundiblemente de un fusil. Fue seguido en unos cinco segundos por un tercero”.

Se produjo un momento de silencio espantable—según el relato del reportero Alfredo Marrón, en su revista Expediente Policiaco–, roto por agudos gritos y chillidos. Un hombre veía con temor sobre su hombro hacia el edificio del Depósito de Libros.

“Para uno—indicó oportunamente Jack Bell—familiarizado con campos de tiro, los disparos sonaban como el rápido y cadencioso fuego de un fusilero experimentado, tirando, cargando, disparando de nuevo y luego por tercera vez. La serie de tiros era tan rítmica que parecía difícil que fuera obra de un hombre.

No se oyó el sonido entrecortado que casi siempre ocurre cuando uno o más hombres están disparando”.

Ya en la entrada de emergencia del Hospital Parkland “vimos al Presidente John F. Kennedy, cara abajo en el asiento trasero de la limosina, con su traje gris apenas arrugado, pero había sangre en el piso”.

A los que argumentan basándose en fotos borrosas y ambiguas que hubo un segundo tirador en algún punto de la plaza, “les pido que escuchen el sonido de tres disparos arriba y a la derecha, que resonarán siempre en mis oídos”, concluyó el periodista, refiriéndose al embuste propalado en torno a que desde un montículo herboso “alguien disparó de frente contra Kennedy”.

En Estados Unidos la verdad fue tan simple que nadie quería creerla: Lee Harvey Oswald quería destacar, ser famoso sin importar los medios, ni siquiera le interesó su familia y dejó una esposa bellísima, rubia, rusa, de ojos intensamente azules y dos hijas que realmente no conocieron a su padre.

De hecho, el magnicida no tenía intenciones, a principios de 1963, de matar a Kennedy, sólo deseaba dar muerte al general Edwin A. Walker y por ello redactó un manuscrito para despedirse de su mujer, porque suponía que en el mejor de los casos, tendría que convertirse en prófugo de la justicia, si es que no resultaba detenido o acribillado a tiros por el atentado contra el militar, agresión perpetrada con el fusil Mannlicher Carcano que utilizaría en noviembre contra el Presidente Kennedy.

De todas las especulaciones que los mercaderes del rumor han hecho surgir a lo largo de 55 años de “misterio”, una merece la atención de los lectores: la de una emboscada a base de “fuego cruzado” en Dallas, Texas.

Según los “genios” que no titubean en llenar de lodo, “gratuitamente”, a las autoridades norteamericanas, Lee Harvey Oswald “no actuó solo, sino que se coordinó con otros dos tiradores, mediante aparatos de intercomunicación y dispararon simultáneamente”.

Uno de los emboscados habría disparado desde un montículo herboso “perforando el tórax del Presidente, mientras que el segundo conjurado no pudo hacer fuego, pero Lee disparó por arriba y detrás, haciendo estallar el cráneo de Kennedy”.

Por ello, decían los embusteros, “la Comisión Warren ocultó las fotografías de la autopsia, porque desde el hospital Parkland se borraron las huellas del primer disparo, es decir, se imposibilitó saber si era de entrada o de salida el orificio que tenía en el pecho John F. Kennedy”.

También, dijeron, “se manipularon las pruebas para culpar a Lee Harvey Oswald y hacer creer a la opinión pública que hubo un solo agresor”.

La verdad es que el dictamen de autopsia, realizada en el hospital de la Armada, fue guardado por Jacqueline Kennedy durante tres años y en 1966 autorizó a los forenses que criticaban los informes de la Comisión Warren para que emitieran un dictamen objetivo, serio, formal, de alto nivel.

En el Centro Médico Naval se protocolizó la autopsia en su momento: “hombre musculoso, de 1.82 metros de estatura, 170 libras de peso, cabello rojizo y abundante, ojos azules. Tenía una herida en la parte POSTERIOR del cuerpo, por encima del borde escapular superior y supraclavicular, de 4 por y 7 milímetros, de forma oval. Era el orificio de ENTRADA de un proyectil que atravesó el cuello, saliendo junto a la tráquea. El orificio de salida de esa bala no se podía apreciar, porque la traqueotomía practicada en el hospital Parkland, donde murió Kennedy, fue precisamente sobre tal región”.

Había otro oficio de entrada por encima de la protuberancia occipital externa, con pérdida de cuero cabelludo y del hueso. Se extrajeron del cráneo dos fragmentos metálicos que eran parte de un proyectil calibre 6.5 y la conclusión a que llegó el equipo forense crítico, fue que el Presidente John F. Kennedy “recibió dos disparos que fueron hecho desde un lugar situado por detrás y encima de su cabeza. El primer proyectil no produjo una herida necesariamente mortal, afectando tan solo el cuello y la tráquea, pero el segundo proyectil destruyó un hemisferio cerebral rompiendo el seno longitudinal, lo que produjo una hemorragia masiva mortal de necesidad”.

Los proyectiles tipo Western Cartridge, calibre 6.5, fueron disparados indudablemente con el rifle italiano C-2766 Mannlicher Carcano que fue encontrado en el Texas School Book Depository Building, junto a la ventana desde la que se hicieron los disparos.

La ropa que vestía el Presidente Kennedy en el momento del atentado presentaba orificio de entrada en la parte baja del cuello, por la parte posterior, con huellas de cobre detectadas en el borde del orificio por espectrofotometría, “las fibras del borde del orificio aparecían aplastadas hacia dentro”.

El estudio de tres películas tomadas por algunas personas que presenciaban el paso de la caravana presidencial en Dallas, Texas, permitió ver en imagen el instante en que el Presidente Kennedy fue herido por dos proyectiles. La reconstrucción de la escena con la ayuda de los filmes permitió al Departamento de Balística determinar la trayectoria, el ángulo de tiro y el lugar desde donde el asesino realizó los disparos.

Las investigaciones señalaron a Lee Harvey Oswald como alienado del mundo en que vivía, aislado, frustrado, fracasado, sin relaciones verdaderamente amistosas con alguien, siempre insatisfecho de todos, imaginaba ser comandante, profeta, político, estaba seguro de llegar a ser Ministro algún día, manías de grandeza confirmadas por el testimonio de su hermosa mujer y otros familiares.

Tenía 24 años en el momento del crimen, pero su muerte violenta a manos del cabaretero Jack Ruby, quien lo agredió frente a las cámaras de televisión, impidió que dijera la verdad. Lee falleció en el hospital Parkland, donde poco tiempo antes había muerto el Presidente Kennedy. Jack Ruby también murió en ese nosocomio, de cáncer, poco después de asegurar, en idioma hebreo y en secreto, a su hermano, que jamás fue amigo del magnicida.

Efectivamente, el asesino de Oswald dijo ante el mundo que obró sin consignas. Se cerraba así, el 3 de enero de 1967, un capítulo más en el debatido caso Kennedy.

Las agencias informativas AP y FP indicaron que Jack Ruby, el cabaretero que acabó con la vida de Lee Harvey Oswald, acusado de dar muerte al Presidente Kennedy, murió aquel día de cáncer generalizado y hasta sus últimos momentos negó que hubiese sido parte de un complot para callar al único que hubiese podido aclarar el crimen del siglo.

La muerte de Ruby sobrevino en forma tranquila, según reporte de los médicos del hospital Parkland, a sólo unos cuantos pasos de los aposentos donde murieron Kennedy y Oswald, el 22 y 24 de noviembre de 1963, respectivamente.

En el hospital se diagnosticó neumonía y luego cáncer extendido por el sistema linfático, los pulmones y el páncreas. Cerca del final, Earl Ruby le preguntó a su hermano, como muchas veces antes: “¿Estás seguro, Jack, de que no hubo algo más?”

-No oculto algo, no estoy protegiendo a nadie. Nada hay que ocultar ni nadie a quien proteger, créeme—dijo Jack sin saber que su hermano Earl había llevado una grabadora. Así, en cinta magnética, sin darse cuenta, el asesino de Lee negó la existencia de una conjura y suplicó al mundo que creyese que no se llevaba secretos a la tumba. La cinta fue llevada a Nueva York y entregada a la compañía de discos Capitol, que se encargó de reproducirla en microsurco.

El hospital Parkland anunció poco después de la muerte de Jack Ruby que las autoridades de Dallas habían acordado que la autopsia de Ruby se realizara en presencia de un médico ajeno al personal del Plarkland, para evitar especulaciones.

Earl dijo que su hermano Jack en su declaración grabada se veía a sí mismo como una suerte de instrumento, no sufría la ilusión de pensar que Dios le dijo que lo hiciera o que era un instrumento de otra gente, sino que sucedió sin su voluntad consciente, Oswald fue para él un personaje fuera de su comprensión.

Pero se sabía que Ruby dijo al agente Ernest V. Sorrels, del Servicio Secreto, que “tenía que demostrar al mundo que un judío tiene coraje”…segundos antes había disparado contra Oswald.

Luego afirmó Ruby que mató a Oswald porque no podía resistir la idea de que Jacqueline Kennedy tuviera que pasar por la terrible angustia de regresar a Dallas y testificar en el juicio de Oswald. La Comisión Warren describía así a Ruby: Nacido en Chicago, en el ghetto de Maxwell, el 25 de marzo de 1911, hijo de inmigrantes polacos rápidamente desilusionados en sus esperanzas de triunfar en los Estados Unidos. Ruby creció en la calle. Su padre, Joseph Rubinstein, era un gran bebedor y pocas veces tenía empleo.

Su progenitora era una mujer inestable, Fannie estuvo internada en una institución para enfermos mentales. Jack tenía 10 años de edad cuando sus padres se separaron y fue a un hogar adoptivo. No cursó la segunda enseñanza.

Luego de una vida aventurera, se convirtió en propietario de un club nocturno en Dallas, Texas. Cuando mató a Oswald debía al gobierno 40 mil dólares por impuestos federales. Entre 1949 y 1963 fue arrestado ocho veces por la policía de Dallas bajo diversas acusaciones, entre ellas portar armas y permitir bailar en su cabaret después de la hora límite.

Un siquiatra lo calificó de sicopático depresivo, ajeno a la realidad. Sus amigos dijeron que era un cazador de publicidad, jovial, que trataba de ser siempre el centro de atención.

Jack Ruby llegó a decir que le asaltaban pesadillas en las que veía como miles de judíos eran masacrados porque él, también judío, había silenciado al asesino del Presidente Kennedy. Jack tenía 55 años de edad al morir.

La grabación póstuma fue denominada “Controversia” por la empresa Capitol.

De 1963 a la fecha se han escrito decenas de libros y artículos sobre el homicidio del Presidente Kennedy, en loable esfuerzo por encontrar “la verdad”, pero hasta hoy, nadie ha presentado pruebas de una conspiración interna o externa que parece buscarse con ahínco.

La conocida película “JFK” del mentiroso Oliver Stone (severamente criticado por historiadores, políticos y periodistas, quienes lo acusaron de inventar hechos para la cinta), por ejemplo, contiene gran número de las injusticias que mencionara John Edgar Hoover, titular del FBI, en 1950.

Había dicho el famoso funcionario que “si se diesen a la publicidad las constancias de un expediente, se crearía un problema que excedería con mucho al del caso en investigación, pues saldrían a relucir nombres de personas que bien podrían ser inocentes y que sólo por imperio de las circunstancias figurasen en las diligencias realizadas”.

Dar a la publicidad esos nombres “sin explicar en qué forma están conectados en el caso, sería una gran injusticia. Y aun cuando posteriormente se les otorgara la oportunidad de justificarse, el hecho es que toda implicación deja tras de sí un residuo que la verdad no alcanza a disolver.

No querría hacerme cómplice de acto alguno que manchara a personas inocentes por el resto de su vida. Y no podemos olvidar los principios básicos de una elemental decencia, ni la tradición americana del juego limpio”, comentó John Edgar Hoover.

Los informes internos del FBI—explicaba Hoover—contienen en detalle las declaraciones de los testigos. Si esos detalles “fuesen revelados, quedarían expuestos a malas interpretaciones, podrían ser citados fuera de su contexto o utilizados para torcer la verdad, deformar medias verdades y tergiversar los hechos en general”.

Enfatizaba que un expediente no contiene sólo información probada, un expediente, (en México se les llama ahora “carpetas de investigación”), debe considerarse como un conjunto. “Un informe puede denunciar los crímenes más atroces, pero a veces, la veracidad o falsedad de la denuncia surge únicamente cuando se han compulsado varios informes, cuando se ha investigado a fondo y se ha separado el trigo de la paja”, concluyó en 1950.

Así, amigo(a) lector(a), la película de Oliver Stone, “JFK”, para espectadores de habla inglesa, tiene cierta coherencia, pero no para miles de personas que entienden otro idioma, aficionados al cine que son envueltos a propósito por Stone, por un manejo de imágenes de distinto color y diferentes velocidades de proyección.

De hecho, si los concurrentes a los cinematógrafos tenían que leer las respectivas traducciones e interpretar el “mensaje” de la distorsionada película, se perdían en un laberinto que va desde ambientes controlados por cubanos de la época, (cuando Kennedy prácticamente ordenó el desmantelamiento de cohetería nuclear en Cuba, peligroso armamento autorizado por Fidel Castro Ruz), el paso por impactantes escenarios de homosexualismo y llegada hasta las esferas militares de alto nivel, sin olvidar los vericuetos de oficinas de seguridad nacional en Estados Unidos.

Obviamente, la juventud que no había nacido cuando Lee Harvey Oswald disparó en tres ocasiones, desde lo alto y por detrás del convoy presidencial de Kennedy, comenzó a creer en una gran conjura, en la que habrían participado la CIA, FBI, Inteligencia Naval y hasta Lyndon Baines Johnson.

Sin embargo, en 55 años, nadie ha podido demostrar tal conspiración, a pesar de que, en promedio, se lanza nueva especulación por cada aniversario del magnicidio.

En la película no se explica que Oswald, en la vida real, consultó al abogado Dean Andrews para que averiguase si existía alguna solución legal en torno a su deshonrosa expulsión de la infantería de Marina, situación que le había llevado muchos problemas al exmarine.

El abogado declaró posteriormente que a Lee lo había enviado “un joven y rubio homosexual llamado Clay Bertrand”. Pero el obsesivo fiscal Jim Garrison—quien pareció enloquecer al intentar demostrar una conjura, un complot, una gran conspiración en el magnicidio—confundió a Clay Bertrand con Clay Shaw, quien no era joven ni rubio y lo encausó por conspirar, pero las autoridades lo liberaron al considerarlo inocente. Pero la película de Stone lo marcó de por vida…como advirtió John Edgar Hoover.

En otros avances de la película, se muestra la plaza donde fue tiroteado el convoy presidencial y se relacionan las escenas con el desplome de un enfermo y la película del espectador Abraham Zapruder, para dar a entender que aquel individuo distrajo a la policía y Lee Harvey Oswald aprovechó el momento.

La mayoría de los testigos interrogados no mencionaron distracción alguna a causa de los movimientos para atender al enfermo y sí, en cambio, que sonó un disparo y luego otros dos, mientras el automóvil presidencial era acelerado para salir de la zona de peligro.

La especulación mayor de Stone se da al mencionar la “probable” participación de varios “comandos”, en un fuego cruzado, triangulado y mortal (¿?), coordinado con aparatos de intercomunicación.

Sería interesante saber cómo interpretaría Stone y a qué clase de “conjura” interna se referiría, de haber estallado los 7 cartuchos de dinamita, con que el demente Richard P. Pavlick, cargó su automóvil, el 11 de diciembre de 1960.

Ese día, Richard P. Pavlick estacionó su vehículo frente al domicilio del padre de los Kennedy. Cuando salió John F. Kennedy, Presidente electo, hacia una iglesia y fue despedido por Jacqueline e hijos, Pavlick no se atrevió a dinamitarlos porque le dieron pena ella y los niños. De manera gratuita, Pavlicki estaba dispuesto a morir con Kennedy en la explosión de dinamita.

Faltaban más de treinta días para la toma de posesión. John F. Kennedy no había afectado intereses todavía, de los que menciona tontamente Stone en su película, y sin embargo, había surgido el primer fanático peligroso. Por otros rumbos, Lee Harvey Oswald, entonces de 21 años, recordaba sonriente que de niño se negaba a saludar a su bandera nacional.

Pero también, a principios de los 60s, George De Mohrenschildt, (quien en los 40s fue simpatizante nazi y en México estaba considerado como subversivo y parecía tener ligas con agentes de contraespionaje inglés y francés), protegía a Marina Nikolaevna Prusakova, esposa de Oswald, de las agresiones físicas de que era víctima a manos de su compañero.

A la hermosa rusa le llamaba la atención que en Rusia, a Oswald le agradaba ser llamado “Aleksy”, (obtuvo un permiso de cacería con ese nombre falso), y sus conocidos le decían “Alec”.

Como por casualidad en Estados Unidos obtuvo un empleo en una empresa de composición tipográfica en Dallas, Texas, donde falsificó documentos para sí mismo bajo el alias “Alec J. Hidell”.

En enero de 1963, Lee Harvey Oswald pidió a la casa Seaport Traders, de Los Angeles, California, una Smith & Wesson, calibre .38, que debía remitir a nombre de “A. J. Hidell”.

El 10 de marzo de 1963, Oswald fotografió la residencia del general Walker en Turtle Creek, acaudalado barrio de Dallas, y el día 12, pidió a una tienda de deportes en Chicago, un Mannlicher Carcano, con mira telescópica, que le costó 21.45 dólares y debía llegar al apartado postal de “A. J. Hidell”.

Un amigo de los Oswald, Gary Taylor, visitó el hogar en ausencia del exmarine, vio el fusil y preguntó para que se necesitaba y Marina no quiso responder. Oswald se retrató luego con sus armas y repartió varias fotos, en una de las cuales escribió: “preparado para todo”.

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