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El País y el Mundo

Israel ayudó a la creación del grupo terrorista Hamas

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Condenar los crímenes de Hamás no implica silenciar la injusticia histórica cometida contra el pueblo palestino. No es cierto que Palestina fuera un yermo hasta la colonización israelí. La producción agrícola cubría las necesidades de la población y se exportaba trigo, sésamo, algodón, aceite y jabón. La artesanía tradicional, los telares y los talleres de confección textil empleaban a familias enteras. Tierra Santa para las tres religiones monoteístas, albergaba hoteles y restaurantes que atendían a los peregrinos.

La creación del Estado de Israel provocó -según los datos de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (UNRWA)- la expulsión de al menos 711.000 palestinos de sus hogares por el ejército israelí y sus milicias paramilitares, que recurrieron a las masacres de civiles para propagar el terror y forzar su huida. La operación de limpieza étnica, que
provocó la destrucción de 500 pueblos y once barrios urbanos, comenzó en 1947 y finalizó hacia 1950. La táctica empleada consistía en rodear las poblaciones por tres flancos y dejar uno abierto para la huida y la evacuación. Cuando los palestinos se resistían a abandonar sus hogares, se producían masacres, como la de Deir Yassin, que costó la vida al menos a 120 palestinos –casi todos ancianos, mujeres y niños- o la de al-Damaymah, donde se registraron un centenar de víctimas. Ambas fueron perpetradas por las milicias de Lehi e Irgún. Hoy se sabe que la Haganah, la milicia judía liderada por Ben-Gurión y el embrión de las futuras Fuerzas de Defensa o Tsahal, autorizó las matanzas, pese a haber firmado un acuerdo de no agresión con las aldeas de Deir Yassin y al-Damaymah.

Los últimos días de la ocupación de Galilea fueron particularmente trágicos. En algunas aldeas, los palestinos enarbolaron una bandera blanca, pero eso no impidió que se fusilara
a los hombres y se violara a la mujeres. En un informe confeccionado en 1949 por Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel, se estudió el problema de los refugiados palestinos en términos puramente darwinistas: “Los más aptos y flexibles sobrevivirán de acuerdo con el proceso de selección natural. El resto simplemente morirán. Algunos persistirán, pero la mayoría se convertirán en basura humana, la escoria de la tierra y se hundirán en los niveles más bajos del mundo árabe” (Archivos del Estado de Israel, Ministerio de Asuntos Exteriores, nº 2444/19).

El historiador judío Ilian Pappé (Haifa, 1954) nos recuerda que los libros de texto de los estudiantes israelís omiten cualquier referencia a la Nakba. El gobierno de Ariel Sharon eliminó de los planes de estudios cualquier referencia al éxodo palestino, “por marginal que fuera”. Asimismo, los directores de la radio y televisión públicas recibieron instrucciones similares. Israel ha. ignorado la resolución de Naciones Unidas que pide el restablecimiento de las fronteras de 1967. Lejos de buscar la paz, ha dividido Cisjordania mediante carreteras y autopistas, malogrando cualquier posibilidad de un Estado palestino digno de ese nombre. La construcción ininterrumpida de colonias y asentamientos confirma la intención de fragmentar la zona y debilitar progresivamente la identidad palestina, incitando a la emigración. En la Franja de Gaza, la situación es infinitamente más grave. Al margen de los salvajes bombardeos, la demolición de casas y los asesinatos selectivos, un bloqueo que ya dura quince años impone severas restricciones en alimentos, medicinas, electricidad, comunicaciones y material de construcción.

Gaza es una gigantesca cárcel al aire libre, con niños malnutridos y hospitales desabastecidos. El 60% de la población sobrevive gracias a la ayuda humanitaria. El 90% de su agua no es apta para el consumo. Apenas se logra mantener el suministro de electricidad. tres o cuatro horas al día. El 60% de los jóvenes se halla en paro. La esperanza de vida en Gaza es diez años inferior a la de Israel.

Israel no reconoce la Corte Penal Internacional porque su ejército utiliza sistemáticamente la tortura y mantiene en prisión a miles de palestinos sin una acusación formal ni derecho a juicio. Su gobierno ayudó inicialmente a la creación de Hamás, con el objetivo de debilitar a la hasta entonces hegemónica OLP de Yasir Arafat, pero enseguida perdió el control del grupo terrorista. Hamás no es solo un problema para Israel. En la Franja de Gaza, ha utilizado la tortura y las ejecuciones extrajudiciales para acabar con sus opositores o reprimir revueltas populares por el alto coste de la vida. Todo indica que ha atacado a las ciudades fronterizas de Gaza para frustrar el inminente acuerdo entre Israel y Arabia Saudí.

No hay muchos motivos para contemplar el futuro con esperanza. El desequilibrio entre el poder militar de Israel, respaldado incondicionalmente por Estados Unidos, y la capacidad de respuesta de los palestinos no puede ser más acusado. Noam Chomsky sostiene que la política israelí con los palestinos es mucho peor que la de Sudáfrica racista con los negros: “No se busca explotar a la población palestina como mano de obra sin apenas derechos. Simplemente, se le hace la vida imposible para deshacerse de ella”. Secuestrar y asesinar civiles es una estrategia inhumana, pero también un signo de impotencia. Cuando se destruyen los puentes y se cierran las puertas, se abre paso la violencia. La única manera de poner fin a sus estragos es reconstruir los puentes y abrir las puertas. Nada indica que vaya a suceder a corto o medio plazo, pero es la única opción para acabar con el sufrimiento de miles de inocentes.

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