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Mano negra de Gobernadores, Alcaldes y empresarios hunden a Mérida
*Nuestra calidad de vida se va al sumidero, y sin marcha atrás, estamos inmersos en una espiral de la muerte, que tanto Mauricio Vila como Renán Barrera no solo le apuestan, sino le aceleran ya que el tiempo se les acaba, pues evidentemente el caos genera dinero
*”Ojo, lo que sigue es que comenzarán los secuestros, derechos de piso, se incrementarán los robos, y los que aquí vivimos finalmente seremos expulsados como ya sucede en comisarías como Cholul”
Por Sergio Gorsjean Abimehri /Periódico Por Qué!
Hoy, creo todos los meridanos estamos sorprendidos de la transformación de nuestra ciudad en tan solo 5 años; algo que muchos veíamos venir desde tiempo atrás y en su momento o más bien diría, en muchos momentos lo denunciamos. Sin embargo, muchos expresaban que exagerábamos y otros incluso nos tildaron de locos, siendo que veían al actual gobernador y alcalde como hombres visionarios y ahora ya “de mundo” por los viajes que hacen continuamente al extranjero.
Pero ahora, que nuestra calidad de vida se va al sumidero, y sin marcha atrás a menos que venga el milagro -que no lo veo por el momento-, estamos inmersos en una espiral de la muerte en la que no me cabe ni la más remota duda que tanto al gobernador como el alcalde no solo le apuestan, sino le aceleran ya que el tiempo se les acaba, pues evidentemente el caos genera dinero, y al decir la palabra caos me refiero al tráfico “elnoquecedor” que vivimos todos los días a cualquier hora, inflación estatal superior a la nacional, endeudamiento estatal histórico, construcciones por todas partes sin respetar el más elemental reglamento de construcción y moral como gasolineras, funerarias o centros comerciales en zonas habitaciones; así como enormes edificios que no solo nos eclipsan el paisaje visual sino agreden nuestra tranquilidad hogareña, siendo que la lista entre todos la podríamos extender y mucho, y no sería ocioso que te preguntes si vivías mejor antes o ahora; si tu tranquilidad se asemeja a la de hace pocos años cuando comenzaron su nefasta campaña de “vengan todos a comprar casas, departamentos y terrenos a Yucatán”, pues ha eso se han dedicado el alcalde y gobernador más que nada.
Y todo con el evidente fin de que las tierras y propiedades se incrementen en rentas y valor ¿y quien cree que ganará con ello? y de allá la respuesta porqué éstos, con el dinero del erario, seguirán publicitando Mérida en todo el mundo, siendo ahora, que las personas que han venido a residir de otras partes del planeta en el último lustro ya no quieren que alguien más venga, pues no fue lo que les vendieron, y ojo, lo que sigue es que comenzarán los secuestros, derechos de piso, se incrementarán los robos, y los que aquí vivimos finalmente seremos expulsados como ya sucede en comisarías como Cholul.
Pero para entender cabalmente lo que venimos anunciando desde hace un lustro, es necesario que conozcamos un poco de nuestra historia, y de allá que les presente un breve recorrido por el tiempo, lo cual, por su extensión dividiremos en algunas partes.
Al realizar una mirada retrospectiva a Yucatán desde la óptica estética, sin duda nos percataremos que el panorama no es apremiante. En los albores del siglo XX, era evidente el crecimiento de un estado alimentado por la bonanza del llamado oro verde o henequén. Grandes y refinadas construcciones se levantaban día día y la exquisitez con la que eran aderezadas sus noveles construcciones eran dignas de ser comparadas con las impecables edificaciones de las ciudades en boga por aquellos tiempos.
Fueron tiempos en la que la elegancia y distinción de los pobladores yucatanenses se reflejaba incluso en su vestimenta, ya que la gente humilde portaba de manera impecable ropajes de fresca y agradable tela blanca de algodón; la clase media o emergente no escatimaba en adquirir elegante indumentaria confeccionada en tela nacional o importada; y finalmente, el adinerado no permitía que el calor empolvara sus gruesos y finos trajes que utilizaban a la menor insinuación.
La Bonanza henequenera implícita en nuestra arquitectura, a la que se le ha llamado también el “porfiriato henequenero” debido a que se caracterizó por la monopolización del comercio del henequén por parte de una élite de hacendados apoyados por el entonces gobernador Olegario Molina -quién además era un notable comerciante-.
Fue tal el potencial de esa época, que las 846 haciendas henequeneras registradas en 1910 tenían superficie cultivada de 193,830 hectáreas solo de ese agave, y en el presente, solo contamos con alrededor de 20,000 hectáreas de todo tipo de cosecha, en un territorio de 3,952,400 hectáreas. En aquellos tiempos proliferaron las obras públicas y mejoras materiales, y cada espacio que se construía tenía su propio encanto, y esto lo podemos apreciar en los sitios erigidos en esa época que han sobrevivido a los embates que algunos han querido disfrazar con la llamada modernización.
Mucha de esta arquitectura vernácula, e incluso más antigua y edificada durante la colonia o el período independiente ha sucumbido ante la mirada de los pobladores que no han podido o no han querido impedirlo. Algunos han desaparecido debido a factores ajenos a la voluntad de insensibles personajes, como por ejemplo, el 12 de diciembre de 1921, ante la mirada atónita de los meridanos, se desató un incendio que consternó a toda la ciudad ya que inmensas llamas que se elevaron a gran altura devoraron a su paso la “Casa Pinelo”, las oficinas del ingenio “Yokopita”, el hotel “Alameda” o la cantina “El rincón” ubicados en la calle 56 por 61 y 63.
Pero este fue un caso excepcional, ya que otras propiedades que han dejado un vacío en la ciudad como algunas colapsadas en el centro histórico derivado de su abandono, ya sea por estar intestadas o por falta de recursos para mantenerlas, y terceras porque sus propietarios las dejan ante la incapacidad de las autoridades en otorgarles los permisos correspondientes.
Pero haciendo un recuento del panorama, comúnmente los artífices en las demoliciones son los propietarios que operan con la complicidad de autoridades de diversos ordenes de gobierno. La lista es bárbara, y tristemente, a pesar que existe un reglamento que las protege, siempre coexiste una mano negra que los solapa.
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