Mérida
LAS ÁNIMAS SON VIENTO
“Aquí estoy en Purgatorio
de fuego en cama tendido…”
Allí en nuestro pueblo de Tekal, escuchamos de labios de nuestros mayores, varios relatos, consejas y leyendas que tuvieron por escenario esa tierra y debieron ocurrir bajo ese cielo. Siempre nos decían con certeza que las ánimas regresan de ese lugar donde habitan, y que todos los años, sin falta, son liberadas de sus cadenas para volver a su pueblo, a sus casas y montes.
Cuando los interrogábamos aludiendo que no veíamos nada, ni que se consuma la ofrenda del altar, que tomara las velas o jugara con los juguetitos que se colocaban en la mesa, ellos nos decían que las ánimas no las podemos mirar porque son vientos, son aire, son espíritu, por eso es que la comida se coloca caliente para que ellos se lleven la esencia o ese sabroso olor que se desprende de los dulces y el cítrico del xek de “china” y mandarina. Nos advirtieron, desde luego, que ellos creen en estas cosas místicas por los muchos ejemplos de escarmiento que se han dado, y desde luego por otros ejemplos donde los visitantes anuales reflejan a través de un sueño su agradecimiento por realizar la ofrenda, muestra del respeto y cariño al recuerdo de aquellos seres que han pasado a ser polvo en sus osarios, pero que viven con fervor en el sentimiento de la familia.
Yo vi llorar a mi abuelita cuando concluido el mes de noviembre decía a sus nietos que había soñado a su esposo, ya difunto, que le agradecía su recibimiento de simples vaporcitos de espelón acompañados de una jícara de chocolate, y se despedía de ella señalándole que el próximo año regresaría a su casa de nuevo.
Yo miré el afán que ponía una “chichí”, una abuelita, preparando su altar, iba a su jardín, cortaba sus flores y las colocaba en vasos reciclados de veladoras que le servían de florero, luego encendía sus velas en la albarrada y enseñaba a sus nietos diciéndoles que cuando ella se haya muerto, cada año vendría y que no se les olvidara poner, aunque sea un vaso de agua en el altar.
Yo escuchaba y miraba asombrado a mi abuelita Dalia Lugo rezar con verdadero fervor y sentimiento el dos de noviembre pidiendo el descanso de las ánimas de sus familiares, la vi llorar cuando cantaba el “Alabado” y el “Salgan, salgan, salgan ánimas de pena, que el rosario santo rompa sus cadenas”.
Yo fui de esos niños a quien mi mamá puso en mi muñeca un hilo negro, para que las ánimas de los mejen pixán no me lleven a jugar con ellos.
Yo escuché relatar de labios de un “taat”, un abuelito, don Jenaro Pool, que debemos respetar a las ánimas, que no debemos burlarnos de ellos con calaveras y otras invenciones, porque se entristecerían. Y que no se debe jugar con las velas, ni apagarlas con soplo porque sería señal de echarlos fuera porque el aliento es aire de vida que sale de nosotros y el aire del ambiente es el reflejo de ellos, luego entonces sería un abrupto choque de mala señal.
Me relató otro “taat”, don Ernesto Aké, que en estos días de finados los cazadores no deben ir al monte, porque ocurre que al medio día el monte se oscurece y pueden confundirlo con un animal y matarlo, o puede ser que el ánima se metiera a cierto animal, y prueba de ello será el sabor mariscoso o “kojmo” que tenga su carne.
Yo vi en mi pueblo, en la puerta de la casa de doña Demetria Castillo, su florero de pujuc y árnica, señal de bienvenida a las ánimas, y presencié su rosario de medianoche que cada año realiza, por la creencia de que a esa hora salen del purgatorio las benditas ánimas.
Los consejos de dormir temprano, no estar mirando en las ventanas y salir cuando la noche ha avanzado, porque si somos incrédulos podremos mirar la procesión que sale del cementerio cuando las ánimas llegan, y si nuestro corazón se endurece, nos pueden dar una vela que a la puesta del sol se convertirá en hueso, y en la noche siguiente vendrá de nuevo cierta ánima a buscar ese hueso y llevar tu alma con él… sólo te librarás si logras engañar al ánima diciendo que eres padre o madre de algún niño recién nacido. Sólo así no te llevarán, porque ellos no vengarán tu incredulidad dejando en desamparo a un niño muy pequeño.
¡Son viento, niño, las ánimas son viento, por eso no lo podemos ver! Esa es la frase que siempre tengo presente en mi memoria.
Así como son aire, viento, olor y esencia, vi huellas en la ceniza, escuché el crujir del árbol, vi apagarse las velas de colores, vi o me imaginé, quizá pensé que aquello era mi imaginación, para no caer poseído de un miedo mal fundado, porque esas ánimas no hacen daño, llegan a descansar, a convivir, a visitar sus solares y terrenos.
Una vez, mientras comíamos, después de rezar en finados, escuchamos abrirse la reja principal del solar, y en breve la puerta se abrió, sin motivo y sin que ninguna fuerza los impulsara, no había viento. La voz de mi Chichí, mi abuelita, se escuchó:
-Pasen, la mesa está preparada para ustedes….
Y dirigiéndose a nosotros nos alentó a no temer porque son las ánimas.
Enseguida pensaba en el aire como motivo, es el viento, todo tiene un motivo de ser lo que es. Nada se mueve sin fuerza. Por esa razón, brinqué de mi asiento cuando leí en Ameridmaya, de Luis Rosado Vega, en aquello de que las ánimas vuelven:
“-No, no he oído nada, le respondí involuntariamente, acaso por el hábito de negar siempre estas cosas, acaso por no dar a vencer mi condición de hombre civilizado… y agregué; seguramente es el viento que ha movido algún árbol; pero pensaba en mi interior, esto es lo que decimos siempre, es el viento… el viento.
El indio inclinó la cabeza y no respondió nada.
Entró en la choza y yo me quedé afuera, solo… solo con mis pensamientos alucinados.
Es el viento”.
Por eso escribo estas líneas, rodeado del viento, del viento que son las ánimas de mis abuelos, de mis antepasados que me arropan y me piden continuar con la tradición, y creer que llegan todos los años, permaneciendo todo el mes de noviembre, en los días de finados como hoy…
Texto de José Iván Borges Castillo
Tekal de Venegas, Yuc.
Publicado en el periódico Por Esto! el 11 de noviembre del 2017